Cualquier historia de amor que pretenda ser pica, debe enfrentar a los protagonistas a precipicios cuya profundidad solo el alma conoce.
Eva acaba de ser despedida de su trabajo y planea abrir una tienda de repostería creativa para endulzar la vida de todo el que pruebe sus deliciosas recetas. Hugo vive la vida a duras penas mientras carga a sus espaldas un doloroso recuerdo, convencido de que nunca más volver a sonreir. Pero la vida har que sus caminos se crucen en un punto donde ni siquiera habrán soñado.
Madrid, Barcelona y Londres serán las tres ciudades que albergarán a nuestros personajes, dando el toque ideal para que surja algo más a pesar de las sombras que planean sobre ellos.
Superación, esperanza, entrega y, sobre todo, amor, son los ingredientes de “La curva de tu sonrisa”, una adaptación del romanticismo más puro a la selva de asfalto de nuestros días. Una obra de un estilo propio que sorprende, página a página, suspiro a suspiro.
Prosa ágil, veloz, que lleva al lector a reir, llorar y tener hambre a la velocidad de la vida.
El gélido invierno se apoderaba de las calles de la capital sin compasión, ni el pobre ni el rico reciben clemencia por parte de la estación. Los primeros susurros del impetuoso viento se convierten poco a poco en gritos desesperados que golpean bruscamente las hojas de los álamos blancos que decoran las calles repletas de ajetreados transeúntes.
El viento roza a los ejecutivos que realizan transacciones, transferencias, contratos y despidos por el Paseo de la Castellana; a los mendigos impedidos que duermen en el suelo, que intentan sobrevivir un día más en un mundo vacío e hipócrita gracias a las limosnas de las personas que muestran un ápice de caridad y calidad humana; a los músicos y artistas callejeros incomprendidos cuyos conciertos son interpretados a un vasto público: Todos viandantes que por allí transitan.
—¿Dime? —pregunta Eva a su interlocutor, que está al otro lado del teléfono.
Las personas se mueven de un lado a otro sin reparar en su presencia, en medio de la plaza de Callao.
—Lo siento, ya sabes que eso podía llegar a pasar. Te dije que te fueras haciendo a la idea. —Una lágrima comenzó a brotar del ojo de Eva extendiendo cada vez más el color negro del rímel por sus enrojecidas mejillas. La secó rápidamente con la mano libre, mientras que buscaba en su bolsillo aquel pañuelo de papel que siempre tenía preparado para las emergencias—. Puedes pasarte cuando quieras a por tus cosas, si quieres mañana sobre la una. El resto de los despedidos no tiene ni idea. ¡Tengo que colgarte, me parece que me ha pillado Ramón!
—Adiós Cristina, y gracias por todo —colgó su teléfono.
Eva se sentía impotente, incapaz de asimilar la situación que estaba viviendo. Se colocó el bolso en el hombro contrario y se acercó a una cafetería cercana. Pidió un café para llevar y se sentó en uno de los nuevos bancos individuales que había instalado recientemente el Ayuntamiento de Madrid. «Por una vez veo algo de mis malditos impuestos materializado, aunque poco voy a ver ya» se dijo con rabia.
Dio dos largos tragos a aquel café con el punto justo de amargura mientras cerraba los ojos y notaba cómo el aterido viento del invierno se conjugaba con los rayos de sol del medio día. En su rostro aún no se materializaba la desesperación de una chica de treinta y dos años que se acababa de quedar sin empleo. Una más de los tantísimos millones. Apuró los últimos sorbos del abrasador café y tiró el vaso de cartón al contenedor mientras discurría lentamente por la calle Preciados dirección a Sol.
Se adentró en la estación de Metro de Sol y una bofetada de calor la obligó a aflojar rápidamente la bufanda de lana que le había hecho su vecina del cuarto, una señora mayor viuda que no hacía más que vestir a toda la comunidad de vecinos con lana y ganchillo.
El aviso sonoro del inminente cierre de puertas del vagón hizo que Eva acelerara al máximo su paso a pesar de ir cargada con su pesado bolso y abrigada hasta las orejas. Finalmente, consiguió entrar a tiempo.
Cuando viajaba en el metro le gustaba imaginar hacia dónde iba la gente, de dónde venía y cuáles serían sus inquietudes en aquel preciso momento. Había de todo, desde caras largas y amargadas, hasta risueños soñadores con sus auriculares puestos. Contemplar a los viajeros la despejaba, la evadía de una realidad que odiaba cada vez con más intensidad.
Se apartó un mechón rubio de su alborotada melena y se limpió las gafas rojas empañadas completamente por el vaho consecuencia de la diferencia de temperatura. Lo hizo con cuidado, en su mano izquierda todavía llevaba la muñequera que el traumatólogo le había impuesto después de la rehabilitación, el hueso aún no había soldado del todo.
La puerta del portal se había vuelto a atrancar, una vez más, y tuvo que llamar a Socorro, y pensó que en vez de abrirle a través del portero automático, le lanzaría una escalera de ganchillo hasta su ventana. Finalmente, la anciana le abrió sin problema, normalmente a Eva nunca se le olvidaba la llave del portal.
Una vez en casa, lanzó el bolso contra el sofá, sin importarle que en su interior tuviera aquella tablet para la
Alex Von Karma (Madrid, 1995), es el seudónimo del escritor de “La curva de tu sonrisa”. Se define a sí mismo como un ilusionista de las letras y un domador de palabras en sus dos principales facetas, como blogger y escritor. Comenzó a escribir en su blog personal pequeños relatos que pretendían llegar al corazón de todo aquel que estuviera dispuesto a leerlos. Poco a poco comenzó a hacerse un hueco en el mundo literario de Internet y a convertirse en el coordinador de la comunidad literaria “Bloggerizados”, colaborando así con distintas editoriales y autores. Actualmente cursa estudios editoriales, además de seguir dándole vida a muchas historias que algún día, tal y como esta, verán la luz.
¿Puede el amor coser con hilo de eternidad todas las heridas de un alma rota?
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